“-¿Son esos libros tan valiosos como para morir por ellos? -pregunta.
El otro lo piensa un instante, o parece hacerlo.
-No es por ellos, sino por lo que tienen dentro -responde, al cabo.
-Vaya... ¿Y de qué se trata?
-De la Razón. Lo que hará que un día no existan hombres como usted.”
A estas alturas, tras leer las
592 páginas del último libro de Arturo Pérez-Reverte “Hombres buenos” (Ed. Alfaguara,
2015), no vamos a dudar de que escribe bien, muy bien. Aunque tampoco vamos a
eludir su fuerte carácter personal, sus tenaces ideas o su mirada del mundo,
más bondadosas y suaves en esta obra, “A
esta edad hay más historias por escribir que tiempo para ocuparse de ellas.
Elegir una idea implica dejar morir otras. Por eso es necesario escoger con
cuidado. Equivocarse lo justo”. A mí, particularmente, me gusta que reparta
sus bilis a diestro y siniestro; me gusta su cruzada, tal vez su justificación
en esos episodios del pasado que nos han llevado hasta dónde estamos y, según
él, no deja de ser una loable intención, nuestra responsabilidad por no
enmendar el presente y enderezar el rumbo hacia el futuro. Voluntad presente aquí,
en este volumen, no tan taciturna a lo habitual, junto a cierta vanidad
intelectual ilustrada en una soberbia cada vez más adusta, cada vez más
autocomplaciente (de hecho me ha quedado reiteradamente manifiesto que es
miembro de la Real Academia de la Lengua Española y de su bagaje cultural y
privilegiado) No es una crítica, pero es cierto que estos aires impregnan aquí
y allá en esta novela-ensayo histórico cuya sinopsis editorial es la siguiente:
“A finales del siglo XVIII, cuando dos
miembros de la Real Academia Española, el bibliotecario don Hermógenes Molina y
el almirante don Pedro Zárate, recibieron de sus compañeros el encargo de
viajar a París para conseguir de forma casi clandestina los 28 volúmenes de la
Encyclopédie de D’Alembert y Diderot, que estaba prohibida en España, nadie
podía sospechar que los dos académicos iban a enfrentarse a una peligrosa
sucesión de intrigas, a un viaje de incertidumbres y sobresaltos que los
llevaría, por caminos infestados de bandoleros e incómodas ventas y posadas,
desde el Madrid ilustrado de Carlos III al París de los cafés, los salones, las
tertulias filosóficas, la vida libertina y las agitaciones políticas en
vísperas de la Revolución francesa. Basada en hechos y personajes reales,
documentada con extremo rigor, conmovedora y fascinante en cada página, Hombres
buenos narra la heroica aventura de quienes, orientados por las luces de la
Razón, quisieron cambiar el mundo con libros, cuando el futuro arrinconaba las
viejas ideas y el ansia de libertad hacía tambalearse tronos y mundos establecidos.”
En esta novela encontramos todos
los principios característicos del autor. De acuerdo que con tanta profusión de
detalles, la vasta documentación, las extensas y variadas disertaciones sobre
esto o aquello, enlentece la trama y, a mi juicio, aburre por momentos y entreverado
a mis suspiros de por qué el académico no hizo una poda necesaria que hubiera
hecho este ejercicio narrativo más ágil y menos enrevesado. Los momentos de
acción son mínimos pero espectaculares, fiel a la habilidad que el novelista
tiene para describir escenas; aparte del fantástico final, sensacionales son
los episodios del duelo o la recordada carga solitaria del teniente. Sea como
fuere es una magnífica novela, o más bien un tratado de novelas, según aquello
que algunos definen como meta-literatura, pues por sus páginas desfilan otros
libros y autores de la época al margen de la mencionada “Encylopédie”, “la obra que compendiaba la mayor aventura
intelectual del siglo XVIII: el triunfo de la razón y el progreso sobre las
fuerzas oscuras del mundo entonces conocido. Una exposición sistemática en
72.000 artículos, 16.500 páginas y 17 millones de palabras que contenía las
ideas más revolucionarias de su tiempo, que llegó a ser condenada por la
iglesia católica y cuyos autores y editores se vieron amenazados con la prisión
y la muerte”, el eje principal de la historia. No es esta una novedad en el
escritor cartagenero, sirvan las famosas novelas de Alatriste de ejemplo, con sus
numerosas citas de los poetas y escritores de la época, el mismo Quevedo es un
buen amigo del capitán, o en el Club Dumas, otro extraordinario libro, las
referencias a obras como Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo o la
Divina Comedia de Dante. “Hombres buenos” arranca desde su primer párrafo en el
más puro estilo perezrevertiano de capa y espada, con un duelo al amanecer en
el París de finales del siglo XVIII y un narrador que se dispone a contar cómo
esos dos personajes, con sus espadas en mano, llegaron hasta allí. Para después
el autor dar un giro radical y llevarnos hasta la actualidad, acompañándole por
la Real Academia Española a la que pertenece, mostrándonos los 28 tomos de la “Encylopédie”
y una pregunta que hace una novela: ¿Cómo había llegado hasta allí una obra que
durante mucho también había estado en el Índice de libros prohibidos? A partir
de aquí la acción da paso a la documentación, a un curioso y magistral juego
donde se desconoce qué es realidad y qué ficción, portentoso equívoco, sazonados
con el propio humor e ironía del literato.
La doble trama, dos aventuras que
de forma paralela nos llevan por el pasado y el presente, dos viajes
apasionantes: el del propio Pérez-Reverte en la actualidad, todo el proceso de
investigación y documentación para recrear el viaje de los dos académicos casi
tres siglos antes en su encargo de traer a España la “Encyclopédie”.
El primer viaje es un desnudo
integral del autor, va intercalando eso que en las películas llaman el “making
off”, es decir, el “cómo escribí la novela”, compartiendo con nosotros el proceso
creativo, previo a la escritura en sí, siguiendo o entrelazado al otro viaje, tras
los pasos de los dos académicos, pateando caminos, lugares, localizaciones, recorriendo
kilómetros, entrevistándose con quienes tenía que hacerlo, hurgando en actas,
documentos, diccionarios, informes, mapas, cartas, libros e internet para
reconstruir ya no el viaje sino las vidas de los dos protagonista, por los
diferentes lugares desde Madrid hasta llegar a París. Dificultades y
satisfacciones, obstáculos y ayudas, ilusión, métodos, recursos literarios
usados, trucos, juegos, inventivas, sorpresas, personajes inesperados y siempre
la emoción, suya y luego nuestra, al acompañar a los personajes por los
diferentes escenarios. “Nada es parecido
al impulso de inocencia inicial, el principio, la génesis primera de una novela
cuando el escritor se acerca a la historia por contar como a alguien de quien
acaba de enamorarse” Y es aquí donde asimismo asistimos a la pericia del escritor
por sorprendernos, por engañarnos, ya que basándose en informaciones reales
llega un momento en que nos parece todo lo narrado verídico, incluso la forma
novelada, los diálogos, los escenarios de los que nada se sabe y, por el
contrario, aunque ficticios, no podemos discernir ciertamente si lo son o no, y
con independencia a su profusión, lo apabullante de su pormenorización, aburra.
Un ejemplo de esta mezcolanza de ficción y realidad es la alusión de Pérez-Reverte
a dos obras suyas que nadie conoce: El enigma del Dei Gloria o El bailarín
mundano. Ocurrente, al menos.
En el segundo viaje al pasado,
acompañamos a los dos académicos que reciben el encargo de la RAE de viajar a
París y traer la Enciclopedia francesa a España. El militar retirado don Pedro
Zárate, “el Almirante”, y don Hermógenes
Molina, bibliotecario de la Academia, “hombres
buenos, íntegros, arriscados”, que inician el largo y arriesgado camino, descubriendo
sus vidas, sus diferentes caracteres, sus opuestas ideologías, hermanados en la
misión de “traer las luces, la sabiduría
del siglo, hasta aquel humilde rincón de la España culta, su Real Academia”.
Con ellos conoceremos a sus opuestos, los malvados personajes dispuestos a abortar
la aventura y truncar el viaje y evitar que los 28 volúmenes lleguen a España,
para lo que contratan a un sicario sin escrúpulos para que siga a los dos
académicos.
Otra de las señas de identidad de
Arturo Pérez-Reverte presente en esta novela es la definición, el perfeccionismo
de sus personajes. Y ello solo se consigue más allá de la descripción física, con
los pliegues de su alma. “Los hombres
suelen dividirse en dos grandes grupos: los que cometen actos viles por bajeza
natural, supervivencia o cobardía, y los que, como él mismo, para ejecutar esas
vilezas exigen que se les pague al contado”. Destacar al iracundo Salas
Bringas Ponzano, un “español radical y
sanguinario que acabó en la pandilla de Robespierre” y en la guillotina. El
mercenario Pascual Raposo, encomendado para hacer fracasar la operación
bibliográfica por otros dos miembros de la RAE, el retrógrado Manuel Higueruela
y el pávido ilustrado radical Justo Sánchez Terrón. Sin embargo son los dos
académicos los verdaderos protagonistas del relato, el bibliotecario Hermógenes
y, especialmente, este nuevo héroe del brigadier Zárate, logradas y fascinantes
algunas de sus escenas: el ataque a los académicos por los salteadores de
caminos en el viaje de ida, el duelo con un amante de Margot Dancenis, la
escena amorosa con ésta y la recuperación final de la Enciclopedia. Protagonistas
que nos depararán enjundiosos diálogos, variados, profundas reflexiones y
reveladores debates: libertad, religión, política, cultura, fiestas,
costumbres, educación, arte, moda, ciencia, honor, amor, filosofía… Y arriba de
todas ellas, las contrapuestas perspectivas sobre la razón y la fe, destacando
el espíritu racional y pragmático de Zárate que contrasta con un Hermógenes que
intenta tender puentes y defender “la
verdadera y necesaria fe, compatible con la verdadera y necesaria razón”.
Un esbozo al problema de las dos Españas y a su solución. Además de estos personajes más o menos novelescos, añadámosle los contemporáneos con el autor, como el académico Francisco Rico (animo a Pérez-Reverte a llevar a efecto su crimen en una novela negra) “un tipo de recursos, peligroso y con “los escrúpulos justos”, (genial la broma que mantiene con Javier Marías a costa de aquel, del catedrático Francisco Rico, y haciendo que, un divertido Darío Villanueva, Presidente de la Academia, le prometa restituir la tilde de los demostrativos pronominales, si le hace asesino en el citado embrión de novela)
Un esbozo al problema de las dos Españas y a su solución. Además de estos personajes más o menos novelescos, añadámosle los contemporáneos con el autor, como el académico Francisco Rico (animo a Pérez-Reverte a llevar a efecto su crimen en una novela negra) “un tipo de recursos, peligroso y con “los escrúpulos justos”, (genial la broma que mantiene con Javier Marías a costa de aquel, del catedrático Francisco Rico, y haciendo que, un divertido Darío Villanueva, Presidente de la Academia, le prometa restituir la tilde de los demostrativos pronominales, si le hace asesino en el citado embrión de novela)
Otra seña de identidad del
escritor es la diáfana descripción que hace de los lugares, sobre todo del sugerente
París, capital del mundo ilustrado, en el recorrido de sus protagonistas por
sus calles, librerías, restaurantes, cafés, comercios, tiendas de ropa,... Un
lugar abierto a todos los gustos y aficiones; pero que también disimula, y ahí
está el abate Bringas para recordarlo persistentemente, su parte menos sofisticada,
idílica, los chispazos previos a la Revolución que cambiarían el mundo.
Y en una y otra historia, la
esencia de Pérez-Reverte, el devastador retrato, o el preocupante diagnóstico,
de nuestro país, con reflexiones, críticas y sentencias que no pasan, esta vez,
y ni dejan indiferentes. “Una nación
inculta dormida entre los escombros de su pasado, suicidamente satisfecha y
prisionera de sí misma” Los españoles “seguimos
siendo los primeros enemigos de nosotros mismos. Empeñados en apagar las luces
allí donde las vemos brillar”, durmiendo la siesta “bajo la sombra de cualquier árbol, esperando que la Providencia le
procure sustento y le saque de apuros”. Las oportunidades perdidas, innato
en nuestra genética, aquí, en el período relatado en la novela, al dejar pasar la
Reforma, imbuidos en lo sombrío de púlpitos y confesionarios “desde los años oscuros de Trento, volviendo
la espalda al futuro, allí siempre nos equivocamos de Dios y de enemigos…” La
vehemente crítica del presente según los hechos del pasado, y ya que estos
tiempos nuestros de ahora no difieren mucho del “Siglo de Oro” de Alatriste, o
la de este final del siglo XVIII previo a la Revolución Francesa: “Sólo un Estado organizado y fuerte,
protector de artistas, pensadores y científicos, es capaz de proveer el
progreso material y moral de una nación... Y ese no es nuestro caso”
Crítica que se extiende a sus dirigentes, sobre Rajoy: “-¿Alguna vez lo has visto en un acto cultural?... ¿En un estreno
teatral? ¿En la ópera? ¿Viendo una película?”. De la empecinada animadversión
patria hacia la cultura y poniendo de ejemplo los supuestos restos de Cervantes
recientemente descubiertos: “Miguel de
Cervantes, el hombre que más gloria dio a las letras hispanas y universales,
yace ahí mismo, en una fosa común. Sus huesos, vueltos al polvo se perdieron
con el tiempo. Murió pobre, abandonado de casi todos, arrojado al olvido por
sus contemporáneos tras una vida desdichada, sin apenas gozar del éxito de su
libro inmortal” Tan solo los libros de ahora no son ya como los de antes: “Hojeé algunas páginas al azar. El papel,
inmaculadamente blanco pese a su edad, sonaba como si estuviera recién impreso.
Buen y noble papel de hilo, pensé, tan distinto a la ácida celulosa del papel
moderno, que en pocos años amarillea las páginas y las hace quebradizas y
caducas”
“Hombres buenos” es también una
defensa a ultranza, sin matices, sin adscripciones, de la libertad del hombre.
Una libertad que solo se consigue desde el conocimiento, el saber. Su
recreación en la metáfora o alegoría de la adquisición de la enciclopedia con
sus panegiristas y detractores: “En esto,
aunque desde lugares opuestos, coinciden nuestros puntos de vista. Para mí,
patriota y católico, es obra de los llamados filósofos franceses es corrosiva y
nefasta... Para usted, pensador profundo, perito en la minoría de edad de este
ingenuo pueblo español, su lectura aquí y ahora resulta excesiva”
“Hombres buenos” de Arturo
Pérez-Reverte es una buena novela donde éste mezcla magistralmente ficción e
historia, el homenaje a todos los hombres buenos que en España, en tiempos de
oscuridad, orientados por la Razón “lucharon
por traer a sus compatriotas las luces y el progreso”, igualmente señala a
todos aquellos que intentaron impedirlo. Una entretenida y reveladora historia
que nos hace reflexionar sobre el pasado y presente de nuestro país, de forma
crítica, dura, directa, sin tapujos, sin contemplaciones, una mirada
melancólica y nostálgica a lo que pudo ser y no fue en España, y a lo que es y
no podrá ser, a menos aprendamos de nuestros errores.
“Resumiré diciendo que si Dios es un error, no puede ser útil al género
humano. Y si es una verdad, debería mostrar pruebas físicas lo bastante claras”
Pd.: En mi anecdotario personal, aciago como verán
a continuación, recordaré siempre este libro de Pérez-Reverte no por su
contenido, historia o ejercicio narrativo, sino por algo totalmente ajeno con
él, nefasto sin duda para mí, pues comencé a leerlo el miércoles 8 de Julio de
2015, por la mañana, entretanto un nefasto y aciago destino disponía que esa
misma tarde, en mi trabajo, en insólitas circunstancias, me fracturara el
húmero de mi brazo derecho, brazo que todavía mantengo inmovilizado y mientras
con mi mano izquierda, con esfuerzo, he escrito esta reseña.
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